Absolutamente sin línea



Este artículo fue publicado en la edición impresa y digital de La Opinión de Tenerife el 16 de febrero de 2010. La imagen que la ilustra es de Óscar González, Nino.

El estatus de conectado o desconectado (online-offline) ha dejado de ser una capacidad exclusiva de los dispositivos electrónicos. La cuestión es si los seres humanos realmente podemos elegir .


Ustedes tienen frío, tanto frío como yo al menos. Tal vez incluso miedo pero por motivos distintos. Hay algo iracundo en la temperatura de los lugares inhóspitos. En especial si te encuentras cerca del Teide un sábado de carnaval. ¡Que empecinamiento en hacerte sentir que esa no es tu casa! Pero una vez que cruzas la frontera de la comodidad cotidiana, del chaise longue amigo, se encadenan motivos, recuerdos futuros y plagios de memorias que no puedes desatender con baúles y disfraces de otros. Al final acabas dudando con un rotundo y preciso ¿cuál es mi casa? O peor aún, ¿qué es mi casa? Reflexionaba hace poco el gran divulgador Eduard Punset con una de sus míticas sentencias: "Investigaciones científicas han demostrado que los monos cambian de opinión con facilidad. Los hombres raramente lo hacen, y sin embargo ese hecho es la base de la innovación". No sé si huir del Carnaval de Santa Cruz es una innovación pero desde luego es un cambio de opinión. Y confirmo que muy estimulante.

Así que desvarío un poco y concluyo que ser Ramsés II es complejo. Se puede proponer el puerto de Granadilla, rotondas legendarias, ecomuseos, calles de la noria y anillos insulares. Todo insolente elegido democráticamente necesita su templo de Abu Simbel. Y su pira. Pero aquí no hay ni fósforos ni cobertura para contárselo a nadie. No hay psicólogo, ni camarero, ni la madre que parió al último aguerrido cernícalo que tuvo la tentación de magullar al hombre más cercano. Lo que hay es un ladrido, una vieja melodía de Chopin y un aullido, cuyo jadeo próximo es una erosión, una versión, una falta de ortografía en mitad de un parque protegido sin vallas. Hay una piedra apoyada con un grabado del memorable ser humano que puso una encima de la otra. Hay un semáforo pintado que morirá con el viento, y una dama que lleva calabazas a su asalariado inmigrante, taciturno y sin malditas ganas de conocer los senderos que le rodean. Que nos rodean.

Llevo desde el lunes pasado cinco días conectado a tope, pendiente de los mails, de las llamadas perdidas y SMS, por ordenador, fijo, móvil y cañón, por ADSL, 3G, WIFI y seiscientos acrónimos más, para darme cuenta de que lo que preciso es esta desconexión. No por estar cerca de los agentes del SEPRONA o de ICONA -uno ya ni sabe las siglas que le protegen-, ni lejos de los Fregolinos o de las comparsas, sino simplemente dejar de estar conectado. El recóndito placer de encontrarnos offline y tal, con la soberbia que ello implica y asumo. Encontrar un momento en el que algún dispositivo declare: "Sin línea absolutamente, absolutamente sin línea". Entre la adicción y la fricción hay una delgada línea roja. Mi jornal se va, en plan despilfarrador, en buscar una forma de adivinar otros días, de caminar por los caminos y de tratar a los viandantes. Y de pronto te encuentras con una chimenea regentada por una tal Carmen en Los Partidos, con cara de Manolo García, al grito de "Canta por mí / si no estoy yo aquí" o "Tu mirada vuela. Vuela, calma, vuela. / En las calles es una flecha que alivia el tiempo de los poetas".

Las lejanas luces van decayendo, son capaces de agonizar como los quinqués, sin planes quinquenales ni estrategias de ahorro del operador mayoritario. Las luces naturales son más listas y díscolas de lo que podemos vaticinar. Y murieron antes de que las viéramos. Esa suerte tuvieron.

 

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